No sé quién dijo algo así como que las circunstancias no hacen al hombre, sino que lo revelan. Digan lo que digan los adalides del victimismo y los creadores de víctimas a la carta (que una cosa es tener problemas y necesitar ayuda, y otra muy distinta es ser una víctima), aburridos estamos de ver ejemplos (todos conocemos unos cuantos miles) de personas que, en circunstancias parecidas y con condicionamientos similares, toman decisiones completamente diferentes.
En Estados Unidos gustan, además, de recordar esto mismo, pero de otra manera: "Si no aguantas el calor, no entres en la cocina". Le gusta mucho repetirlo (por si no lo sabían) a los periodistas deportivos, a la hora de ilustrar el comportamiento tan distinto (e independiente del talento que tenga cada cual) de unos deportistas y otros cuando llega ese partido importante, o el último minuto del partido y hay que tirar ese penalti o esos tiros libres.
Circunstancias hasta ahora excepcionales, y me temo que, a partir de ahora, cotidianas, han puesto de manifiesto (una vez más, pero en esta ocasión con toda la crudeza) el auténtico carácter de los medios de comunicación españoles y de los españoles medios sin comunicación (aérea, en bastantes casos; neuronal, en casi todos).
Los medios de comunicación, algunos de ellos tan rebeldes y tan gritones cuando no ocurre nada relevante y sólo hay que distraer al personal con las ocurrencias de la penúltima
miembra o
producta interior bruta del gobierno, callan o hablan (según convenga) cual transeúntas habituales de la calle Montera de Madrid, enseñando cachaza con la minifalda (ya saben la letanía: "chantajistas", "rehenes de unos privilegiados", "secuestrados en un aeropuerto") y meneando bien el bolsito de pilingui ("en esta ocasión hay que estar con el gobierno") para que los Pepiños y los Rubalcabas no duden, en ningún momento, de su intención de ser complacientes a cambio de dinero.
A los medios de comunicación del régimen se les identifica enseguida por una característica de lo más agustiniana: en lo irrelevante (si el perro debe llevar collar rojo o azul celeste, fundamentalmente) discrepan. En lo fundamental, todos a una.
Durante años, a los medios de comunicación del régimen (especialmente a los que se pasan el día diciendo que no lo son) se les ha visto el plumero por negar la burbuja inmobiliaria o callar ante el sobreendeudamiento de los españoles (que todavía no nos hemos enterado: España no está en quiebra, los que están en quiebra son los españoles) porque el paro bajaba hasta
sólo 2 millones y nos gastábamos a manos llenas los ahorros de los franceses y los alemanes en pisos, coches caros y viajes a Cancún y Punta Cana (y las deudas hay que devolverlas).
Estos días, a los medios de comunicación del régimen (también a los que se pasan el día diciendo que no lo son) se les ha visto el plumero por alegrarse de que se suspendan los derechos laborales y constitucionales (que, después de 40 años de desmontaje progresivo de dichos derechos, tampoco son muchos, para qué vamos a negarlo) de una pequeña minoría para complacer a una gran mayoría que está convencida de que ellos son distintos y que a ellos no les va a tocar.
Y, sobre todo, se les está viendo el plumero porque ni un sólo medio de comunicación del régimen (tampoco los que se pasan el día diciendo que no lo son) hace una pregunta muy sencilla y muy obvia:
¿Dónde está y qué está haciendo el presidente del gobierno?. Como si no quisieran (porque, en realidad, no quieren) que esta pregunta se nos pase por la cabeza a ninguno.
¿Y el español medio sin comunicación (neuronal y, en algunos casos, aérea)? Pues el español medio, ese español medio que arregla el mundo todos los días con el codo apoyado en la barra del bar mientras ve el
furbol (porque eso de distraer a las masas con el fútbol y los toros pasaba en tiempos de Franco, ya lo saben), que se cree especialmente concienciado porque manda SMS a su programa favorito (
"Sálvame el gato de la noria, corazón", creo que se llama) echándole la culpa a Zapatero y haciendo ingeniosos juegos de palabras (
socioslistos, burracalva, etc) más vistos que el chiste del perro
Mistetas, ese españolito que se cree especialmente culto y valiente porque brama todos los días preguntándose porqué España está tan mal, pero nadie protesta y nadie se enfrenta a los
poderosos y a
los que mandan (y cuántas cosas barrería, oiga, si yo tuviera una escoba)
...
...ése español medio ha demostrado ser un borrego constitucional que progresa adecuadamente desde hace treinta años (por lo menos), y de dos maneras.
La primera, haciendo apología del borreguismo complaciente y del culopompismo, porque
"Peor ejtoy yo y no me quejo de ná". Y, claro, ahora resulta que esos valientes que por fin han aparecido para hacerle frente a los Pepiños y a los Rubalcabas, no sólo ponen en evidencia a millones de cobardes que lloran mucho en el salón de su casa, pero sonríen encantados ante sus jefes, sino que, además, su resistencia a convertirse en esclavos del alarmamiento constitucional podría arruinar su propósito de esquiar por las laderas de los Alpes suizos.
La segunda (y esta es la peor), mostrándose encantado de que a una minoría (de la que él no forma parte) se le suspendan sus derechos civiles hasta nueva orden para que una mayoría (de la que él sí forma parte) salga beneficiada.
Y eso de suspender los derechos de una minoría con la excusa de complacer o beneficiar a una mayoría, amigos, es, sencillamente, lo que pasó (por ejemplo) en la Alemania de los años 30. Y es, además, la forma de razonar que constituye el sustrato de cualquier pueblo a punto de caramelo para ser tiranizado. Basta con que los tiranos vayan a por una minoría cada vez. Y que el resto de borregos balen las dos razones antes reseñadas.
Mañana, por ejemplo (y no se asusten, que no estoy dando ideas; seguro que a
ellos ya se les han pasado por la cabeza), con la excusa de arreglar la interminable lista de espera sanitaria, podrían suspender los derechos laborales y constitucionales de todo el personal de hospitales y centros de salud (la minoría). Naturalmente, la mayoría beneficiada estaría encantada de la vida. Por fin podría uno operarse de juanetes el mismo día en que se los diagnostican en lugar de esperar quién sabe cuántos meses. Y si el personal sanitario se negase a trabajar siete días a la semana, sin límite de horas, la mayoría, azuzada por los Pepiños y los Rubalcabas, repetiría las consabidas estupideces sentimentaloides, como que "han convertido a los pacientes en rehenes" o que "Mi vesícula biliar está secuestrada por los señores cirujanos, que se niegan a operarme hoy, a la hora que yo quiero". A ver qué decían, si se diese tal caso, esos médicos y enfermeras que repiten estos días, por los aeropuertos, el tontimantra del "A mí me putean más y no digo nada" (Traducción: "Soy un demócrata: o sea, un borrego cobarde orgulloso de serlo").
O, también por ejemplo, con la excusa de acelerar otra lista de espera aún mayor (y de mayor duración), la de los juzgados, podrían los Pepiños y Rubalcabas obligar a abogados, fiscales, procuradores y demás compaña a currar siete días a la semana, catorce horas al día. Y, si se negasen, acusarlos de "mantener como rehenes a los españoles que reclaman justicia" o de "haber secuestrado la justicia, que si la justicia no es inmediata, no es tal".
Estos días, los Pepiños y los Rubalcabas han puesto en la balanza (por si quedaba alguna duda) a los españoles, y los españoles han demostrado no dar el peso. Así que, ahora, después de cuarenta años de travesía por el desierto democrático y constitucional, no nos aguarda ninguna tierra prometida, sino el llanto y el rechinar de dientes.
Así que disfrutad (aunque ojalá se os indigeste) de vuestro plato de lentejas (o, como lo llama con toda la razón la controladora Cristina Antón, en
su blog,
vuestro puto puente), que por él habéis vendido vuestra primogenitura.
Borregos.