No suelo ser un gran fan de los viajes papales. Aparte de que suelo tener cierta alergia a las multitudes, el último medio siglo demuestra que los problemas de la Iglesia y en la Iglesia se han ido incrementando al mismo ritmo con que aumentaba la frecuencia con la que los sucesores de Pedro hacían kilómetros a bordo del Air Vatican I (o como quiera que se llame el avión del Papa). También se ha dado, estos últimos años, la coincidencia de que las pequeñas, pero evidentes, correcciones de rumbo al timón de la barca de Pedro han ido acompañadas de una disminución de la frecuencia y duración de los periplos extramuros del Obispo de Roma.
Independientemente de si lo primero fue el huevo o la gallina, o si se utiliza -o se ha utilizado- la gallina de los viajes para tapar el huevo de la
apostasía silenciosa (jajaja,
"silenciosa", jajaja, muy bueno, oiga...), lo cierto es que ser Papa es una tarea harto difícil. Y no tanto por los extraños, sino más bien por los que se afirman (y gustan de hacerlo a grito pelado) propios. Al fin y al cabo, es de cajón, y como tal se asume, que los enemigos declarados le están esperando a uno, detrás de cualquier esquina y con el cuchillo dialéctico (de hoja oxidada, sí, pero precisamente por ello más infecta y peligrosa) entre los dientes, para tratarlo como sospechoso habitual, a base de intentar utilizar en tu contra cualquier cosa que digas.
Pero el caso es que acaba resultando mucho más peligroso el ladrón de guante blanco (con su traje, su corbata, y sus tropecientos máster a cuestas) que el quinqui navajero de aspecto zarrapastroso. El aspecto y los ademanes de este último revelan sus intenciones y nos alertan de la conveniencia de poner pies en polvorosa
ipso facto. En cambio, aquél se nos presenta como un amigo que nos ayudará a ganar mucho dinero; su peligro no está en sus ademanes agresivos, sino en su capacidad de mimetismo o camuflaje tras unos modales y una apariencia impecables. Y, puestos a escoger entre dos males, mejor caer en las manos de un macarra maloliente y poco aseado, que muy probablemente se conforme con lo que lleves en el bolsillo, que en las zarpas del ladrón trajeado y encorbatado, que puede llegar a conseguir (millones de españoles son la viva muestra de ello) que le pases al banco la mitad de tu sueldo durante toda la vida a cambio de un zulito de 40 m2 (y, si tienes mala suerte y no puedes cumplir con las cuotas, a cambio de nada).
Igualmente, poco peligro tienen, para los católicos y a la hora de la verdad, los rojetes que, para cumplir con la obligación contraída a cambio de la subvención, las prebendas del cargo, o la futura pensión máxima vitalicia, le lanzan (o le intentan lanzar, que no ofende el que quiere, sino el que puede) dardos al Papa. Reconozco que pueden llegar a ser harto irritantes (igual que el quinqui con andares de muerto viviente, fruto de su adicción a la heroína), pero, al igual que éste, no engañan a casi nadie.
Sin embargo, los que se revelan (como el ladrón de guante blanco) letales son los medios de comunicación que, en algunos casos, llegan incluso a ponerse en la portada el escudo de la tiara y las dos llaves cuando el Papa está de viaje, pero tergiversan las palabras del Pontífice para ponerlas al servicio de la ideología (o la falta de ella) que sustenta la línea editorial del medio en cuestión (
a veces incluso tergiversan lo que el Papa aún no ha dicho).
Sin duda, las palabras de Benedicto XVI más comentadas durante estos últimos días han sido unas pronunciadas como respuesta a unas preguntas hechas por los periodistas en el avión que le traía a España. En ellas, estableció un evidente e indudable paralelismo entre los trágicos sucesos de la década de los 30 del siglo pasado y la situación actual que vivimos en España, demostrando ser plenamente consciente de ella (por si alguien lo dudaba, dicho sea de paso). Las palabras, traducidas del italiano, fueron las siguientes (recogidas de una fuente fiable, como creo que es
ésta):
"En España nacieron una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo, como pudimos ver precisamente en los años treinta. Esta disputa, más aún, este enfrentamiento entre fe y modernidad, ha vuelto a reproducirse en la España actual".Los medios afines al antizapaterismo (tanto la facción Esperancista como la Gallardonita) se han apresurado a resaltar la primera mitad de este párrafo, haciendo hincapié en el carácter agresivo (o especialmente agresivo, diría yo) del laicismo del gobierno actual, al que califican de "laicismo agresivo de la izquierda".
Como si el laicismo (definido, sin distinción alguna, como "peste de nuestros tiempos" por Su Santidad Pio XI en la Encíclica Quas Primas) no fuese agresivo
per se. Como si hubiese alguna subespecie de laicismo que no fuese agresiva, o que no buscase la expulsión de Dios y de su Iglesia de la vida pública (sea enseñando los dientes para morder, o para esbozar una hipócrita sonrisa).
Evidentemente, la moto laicista que intentan vender los medios del antizapaterismo español (aun siendo la derecha un invento funesto, en España ya no hay derecha - ni siquiera centrorreformismo- sino, simple y llanamente, antizapaterismo) es que hay un
laicismo bueno y un
laicismo malo. Y la burra que vende la derecha es siempre de la misma estirpe:
¿Que los Papas condenan el liberalismo? Es que hay un "liberalismo bueno" (el de ahora, llamado "liberalismo económico") y un "liberalismo malo" (el de antes, llamado "liberalismo anticlerical"). ¿Que un Papa llama "crimen abominable" al aborto?. Es que hay un "aborto defendible" (el nuestro, llamado "delito despenalizado") y un "aborto indefendible" (el de los sociatas, llamado "derecho"). ¿Que la Iglesia condena como ilícito moral las uniones entre personas del mismo sexo? Es que hay "uniones buenas entre personas del mismo sexo" (las
nuestras, llamadas "no-se-sabe-aún-cómo-pero-ya-se-nos-ocurrirá-algo") y "uniones malas entre personas del mismo sexo" (las de los sociatas, llamadas "matrimonio homosexual").
¿Y el laicismo? Pues más de lo mismo: hay un "laicismo malo" (el de los sociatas, llamado "laicismo agresivo") y un "laicismo bueno" (el nuestro, llamado "
aconfesionalismo").
La burra del "laicismo bueno" fue puesta a la venta, con gran éxito, por un respetado y respetable doctor de la Iglesia, cuyas enseñanzas han desplazado a las de Santo Tomás de Aquino y San Agustín de Hipona como referencia de casi todos los católicos actuales: nada más y nada menos que
Monsieur Le Président de la Republique Française, don Nicolas Sarkozy, famoso y conocido, no sólo por ser marido de quien es, sino por ser autor de la expresión "
laicidad positiva".Una expresión que ha causado furor entre los católicos españoles (y de otros países, imagino), sencillamente, porque justifica su forma de pensar y de actuar (proclamando a voces su catolicismo cuando conviene, pero olvidándose de él cuando toca apoyar a la asociación, partido o grupo preferido). Y no deja de ser indicativo que los que venden como dogma de fe para los católicos esta expresión del marido de la ex-cantante
suelen ser los mismos que se pasan por el arco del triunfo liberal las clarísimas e inequívocas encíclicas papales sobre el laicismo (empezando, obviamente, por la Quas Primas).
Quizás no tardemos mucho en oír felices ocurrencias como "
blasfemar en positivo", "
herejía constructiva" (si bien la única herejía que, para muchos católicos parece existir hoy en día, es precisamente pronunciar la palabra "herejía"), o
"sacrilegio integrador" (ideal para justificar desmanes litúrgicos, oiga). Bastará, probablemente, con que las proponga en público un político
de derechas (no vale un sacerdote, un obispo -ni siquiera el de Roma- que lo importante es que la fuente sea "aconfesional", como ya hemos dicho) para que sean recibidas con alegría y entusiasmo por la grey católica laicamente positiva (truco infalible: si camufla el engendro sintáctico entre feroces y continuadas críticas a Zapatero, el éxito está asegurado).
Porque, hoy en día, y gracias a los políticos, medios y asociaciones de la derecha, se ha conseguido que sean los propios católicos, los que, bajo el paraguas del "laicismo bueno" ("aconfesionalismo", para los amigos), prohíban a todo quisque todo aquello que les escandaliza verlo prohibido con la excusa del "laicismo a secas" o el "laicismo agresivo".
Prohíba usted hablar de religión o mencionarla, o los crucifijos, en nombre del "laicismo a secas", y los católicos laicamente positivos le saltarán al cuello. Prohíba usted hacer alusiones a la religión o utilizar la religión como argumento (o los crucifijos), pero en nombre de la "aconfesionalidad", y los católicos laicamente positivos no sólo le aplaudirán, sino que se arremangarán prestos para mandar callar (o a paseo) al incauto (que ya no será "un valiente ciudadano consciente de sus derechos", sino un
extremista) que se atreva a arruinarles, con su presencia o sus palabras, su trabajadísima corrección política ("corrección política" o "hábil estrategia" que ellos mismos llaman, cuando lo hace la izquierda, "atentado contra la libertad religiosa").
Con la excusa del "laicismo bueno" se ha conseguido incluso, que algunos católicos prohíban, en los actos que organizan, rezar el Rosario. Todo, por supuesto, por "no ofender a otros" ("otros" entre los que no está incluida, obviamente, la Madre de Dios). Hagan la prueba y vayan a la calle Viladomat, en Barcelona, la noche de cualquier día 25 del mes. Cuando localicen un nutrido grupo de personas con velitas, acérquense y recen, en voz alta, un avemaría. Unos cuantos católicos, muy comprometidos con su sana laicidad, le invitarán a callarse o a marcharse. El mismo "tipo" de católicos que estallarían de indignación si se enterasen que a un militante de las Juventudes Socialistas le han prohibido rezar un
paternoster en un acto de esta organización (en el improbable caso de que se le ocurriese), y presentarían semejante prohibición como una demostración de "laicismo del malo".
Y es que, fíjense ustedes qué casualidad: los medios de la derecha se han
olvidado de comentar la segunda parte de este párrafo de las declaraciones del Papa: que el conflicto de la Fe no es sólo con la variante
quinqui del laicismo, sino
con la modernidad. Esa "modernidad" que los católicos liberales venden, no ya como aliada de la Fe (¿para qué queremos más, si lo dice Sarkozy, que le ha ganado varias elecciones a los sociatas franceses?), sino como su catalizadora y perfeccionadora (si no me creen, vayan a algún congreso de una asociación que lleva las palabras "católica" y "propagandistas" en su nombre). Que ya se sabe este invento de la Fe era una cosa de brutos y cavernícolas hasta que Montesquieu, Voltaire y demás compaña vinieron a ayudarla a
progresar adecuadamente.Y es que, como recordaba el profesor Javier Paredes en un
excelente artículo al que uno tiene que volver una vez tras otra, la persecución laicista agresiva está ya muy vista: la sangre de los mártires es semilla de nuevas conversiones y, además, los católicos se ponen en guardia. Por eso, la jugada maestra, hoy en día, consiste (como en todo lo demás) en vender una versión presuntamente tolerable y
benigna (sí, va con segundas) del Mal (el aconfesionalismo, en el caso de la peste laicista), con la que se ha conseguido que
sean los propios católicos los que encabecen - elevando las relaciones públicas al rango de fin en sí mismo-
las prohibiciones y las persecuciones que tanto temen de la izquierda.Pero no dejen que les distraiga con mis divagaciones: mientras los amigos
aconfesionales les prohíben rezar en sus actos, o hablar de religión, o hasta llevar crucifijos en el cole, sigan dándole leña al mono socialista -y al nacionalista catalán-, que son de goma (y para eso están, por si no se habían dado cuenta).