viernes, 26 de noviembre de 2010

El soplamocos invisible y la carne de cañón.

Sabido es de sobra que una de las muchas aficiones de los liberales es descubrir el Mediterráneo un par de veces a la semana, y anunciar a voz en grito, siempre que se puede, y como si fuese un novedoso hallazgo, que el Pisuerga pasa por Valladolid. Esta costumbre liberal de enumerar como novedosas (y descubiertas por uno mismo, qué se piensan ustedes) las cosas que se han sabido de toda la vida tiene un ejemplo muy conocido en la expresión "mano invisible del mercado".

Lo cierto es que "el mercado", o "los mercados", de siempre, han tenido eso que se conoce como "mano invisible". El problema viene cuando se añade otro rasgo concomitante del liberalismo: el tomar como sinónimos términos que no lo son.

A veces esos términos que se toman como sinónimos son palabras que se escriben y se pronuncian de forma muy parecida. Gracias a Don Manuel Morillo aprendió el que escribe que dichas palabras se llaman "homófonas". Prueben ustedes a argumentar sobre el liberalismo con un liberal, y el liberal no mencionará el liberalismo por ninguna parte, sino que se pondrá, como gato panza arriba, a defender la libertad, intentando dar queso dialéctico (y de Cabrales) a su interlocutor, como quien no quiere la cosa.

Pero en otras ocasiones el liberal toma, como sinónimos, términos que no lo son al asumir que el hecho de poseer una determinada característica implica, necesariamente, poseer otras, en un salto (al vacío, y sin paracaídas) algo alocado de libre asociación de ideas.

El liberal, o el que pasajeramente juega a serlo porque cree que se beneficiará del invento, asume que el hecho (conocido antes incluso de la ceremonia de colocación de la primera piedra de la pirámide de Keops) de que la mano del mercado sea invisible, significa que esa mano es neutral, independiente, justa y equitativa. Además, la lógica liberal se torna urobórica al identificar "justicia" y "equidad" con el resultado -cualquiera que fuese- del funcionamiento del mercado.

Y lo curioso es que, todo el mundo lo "sabe" (o lo sospecha al menos), la mano del mercado será todo lo invisible que se quiera, pero no por eso deja de tener hilos de los que se tira a conveniencia en un sentido o en otro.

Recurriendo al ejemplo paradigmático del españolito medio de comienzos del Siglo XXI (¡cómo vamos a equivocarnos nosotros, que vivimos en pleno Siglo XXI!), y tal y como decíamos ayer, comprobamos cómo ahora surgen, de hasta debajo del más pequeño matorral, defensores de la limitación de la capacidad de actuación de la famosa mano invisible.

Entre éstos hay no pocos (pero, una vez más, son la excepción más que la regla) que ya defendían tal tesis en los días de mucho que también fueron vísperas de nada (y ojalá hubiesen sido vísperas de nada, puesto que han demostrado ser más bien vísperas de números rojos, que es aún peor). Sin embargo, y comprobando el panorama cotidiano, muchos de los que ahora claman por tal limitación de movimientos de la famosa mano invisible, o más bien de los hilos que la mueven (porque han vuelto, después de un tiempo, a caer en la cuenta de que dicha mano es un marmotreto inerte movido por otros) eran, hasta hace nada, ardientes (y hasta feroces) partidarios del presunto dogma de fe según el cual dicha mano invisible debía ser dejada a su antojo, y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga, que ancha es Castilla, y (como finalmente ha resultado ser) por ahí me las den todas.

Pero, claro, eso era cuando la Muy Austríaca Cofradía de Guardianes de la Mano Invisible pensaba que dicha mano les iba a hacer mimitos y caricias, y (gracias a la reventa de sus contratos de esclavitud) a sacar de una chistera (invisible también, que para eso somos inteletuales) maletines llenos de billetes de 500 euros para el niño y la niña.

Sin embargo, la famosa mano invisible, manejada convenientemente, no les ha hecho mimitos ni caricias, sino que les ha soltado un bofetón de padre y muy señor mío, que les ha dejado enrojecidas, no las mejillas (ojalá), sino las cifras de sus cuentas corrientes para una o dos décadas (y les resumo, en una sola frase, los quejidos lastimeros de los otrora hayekianos y ahora neocontroladores ventajistas, mientras son inexorablemente transportados por el barquero Caronte del Interéscompuesto hacia el Hades Financiero: "Que otros se hagan cargo de mis pufos, por favor").

Los mismos que consideraban intocables las leyes (¿leyes?) "delaofertaylademanda" consideran ahora una enorme injusticia que no haya demanda para su oferta (y, ojo, no la hay porque la coca crediticia se ha acabado, que si volviera a fluir su suministro, correrían a comprarle - a crédito, claro- más dosis al camello bancario del que ahora reniegan). Y los que antes tenían por blasfemo al que hablase de límites de beneficios o de control de precios, se acuerdan de algo llamado "función social de la banca" (expresión que, vuelvo a repetir, para los fallidos imitadores de Rinconete y Cortadillo, no significa otra cosa que exigir que su prójimo se haga cargo de las consecuencias de su errada "inversión").

Y, ahora que la inmensa deuda contraída por los políticos a nuestro nombre (cuando ya nos han robado todo lo que podían, han corrido a robar -legalmente, pero a robar- a nuestros hijos y a nuestros nietos aún por nacer mediante ese endemoniado invento llamado "deuda pública") exige, para ser devuelta, que se desmonte todo el "estado de bienestar" existente hasta ahora, no me digan que no demuestra su utilidad toda esa ideología conocida como "liberalismo austríaco", que no es otra cosa que la versión engolada e intelectualoide del famoso refrán castellano "Que cada palo aguante su vela".

Porque resulta que son los mismos cincuentones y sesentones que se han beneficiado del famoso "estado de bienestar", con sus pensiones (para ellos sí habrá), sus prejubilaciones (para ellos sí ha habido), sus indemnizaciones por despido (ellos sí se las llevaron, y se las llevan, y bien jugosas) y sus subsidios de desempleo ( y todo pagado por la generación de sus hijos, ríanse ustedes del dios Cronos), los que nos quieren vender que, en el futuro, el no disfrutar de estos beneficios será lo más de lo más.

Y para eso están don Fedeguico y doña Esperanza, como puntas de lanza de la campaña publicitaria destinada a vendernos la burra vienesa, para que la generación que ya se conoce como "perdida", y que se pasará la vida trabajando para el banco (y los suertudos, conservarán el piso; los demás, ni eso) se conforme con un cuenco de arroz y un cigarrillo a cambio de deslomarse de sol a sol ("Son la leyes invisibles del mercado, chaval; pero ya irás subiendo, ya...").

Así que ya tenemos por ahí, danzando, a una serie de jovenzuelos inframileuristas (pero trajeados como grandes ejecutivos), que no sólo son víctimas de la Logse, sino también de Logsantos (fatal combinación). Y que, como me señala un amigo (virtual, por ahora), creen que hablar como Rockefeller les convertirá (mágicamente, así es nuestra querida y venerada mano invisible del mercado) en Rockefeller.

A esta carne de cañón (quienes, en muchos casos, trabajan con contratos de becario, a pesar de imitar el aspecto y los ademanes de Gordon Gekko) se les reconoce enseguida porque de trabajar (o sea, de economía real y productiva) no hablan nunca, pero la bolsa, las acciones, el ibekstreintaycinco, de Mario Conde ("¿Lo viste ayer en el gato? ¡Qué tío más grande!"), y el dauyons (o sea, la "economía especulativa", que es el nombre fino de "ganar dinero sin trabajar, a costa del esfuerzo de otros") no se les caen de la boca. Llevan un euro en el bolsillo (el que les dio su madre al salir de casa para que pudieran tomarse el café), pero hablan como millonarios (lo mismo que los argentinos de los chistes, pero con acento de Madrid).

Y así andan, tan felices de la vida, a unas edades a las que su padre (y no digamos, su abuelo) ya mantenía a una familia de cuatro o cinco churumbeles con un solo sueldo (porque entonces la gente era pobre, no como ahora). Y convencidos de que son unos triunfadores (seguros como están de que a ellos les tocará algún día disfrutar de esos beneficios sin límite a costa de que otros trabajen para ellos por cuatro duros), mientras el fracasado de papá, que no sabe nada de bolsa, ni de acciones, y no conoce otro Hayek que doña Salma, les sigue pagando techo y comida, a pesar de que ya no cumplirán los treinta.

Eso sí, no faltarán en sus conversaciones (como en las de todo millonario imaginario que se precie), referencias a cómo los políticos y los gurúes mediáticos de la izquierda les lavan el coco a sus fieles, para convencerles de que se resignen a sueldos de miseria (como los suyos), y hasta se consideren afortunados de no estar peor (como en su caso), mientras unos pocos se lo llevan crudo (como sus jefes).

Y qué suerte tienen ellos de ser más listos, porque su situación es taaan distinta (en su imaginación) de la de esos ignorantes votantes de la izquierda...Y su traje y su corbata son taaan distintos (en apariencia) de esos monos verdes que vestían los chinos durante la revolución cultural de Mao...

Espera un momento...

jueves, 25 de noviembre de 2010

Yo mismo con mi victimismo.

Vivimos en un país (y perdonen ustedes el perezrevertismo) cojonudo.

Aquí nadie tiene culpa de nada. Nunca. Y nadie se equivoca. Ni nadie mete la gamba. Eso sí, nos quejamos mucho cuando vemos a un político hacer lo mismo (es decir, empecinarse en el error). Como si los políticos no fuesen otra cosa que las bacterias que crecen y se multiplican nutriéndose del caldo de cultivo adecuado.

Aquí, cuando vienen mal dadas, o nos sale rana el superplan, o la genial estrategia, o sufrimos bucho (como decía el genial Millán Salcedo, de Martes y Trece), nadie tiene nada que rectificar. Antes partíos que doblaos, como dijo una ministra a quien su sucesor hará buena.

Aquí, cuando pintan bastos, todos los valientes, todos los "emprendedores", todos los "inversores", todas las "mujeres que hacen lo que quieren con su cuerpo, que para eso son libres", se tornan en "víctimas de...".

Nadie les puso una pistola en el pecho o en la sien para hacer lo que hicieron, ni para meterse en los berenjenales en los que se metieron. Es más: en casi todos los casos hubo algún alma bienintencionada que les avisó de las, no sólo previsibles, sino impepinables consecuencias de sus actos, y recibió como respuesta algún desaire o alguna mirada de conmiseración.

Y, claro, la culpa de su alcoholismo la tiene el camarero. La de su cáncer de pulmón, la estanquera. La culpa del asesinato de su hijo (por el que ellas pagaron el sueldo de un mes) resulta que la tiene el mismo padre del niño, a quien quizás llamaron de todo y tan patético les pareció cuando les imploraba por la vida de su retoño. Y la culpa de haberse endeudado de por vida, es del banco. Porque resulta que ese señor del banco, tan trajeado, tan aseado, tan engominado, tenía la obligación (aunque él no lo supiera) de ser nuestra madre, nuestra niñera y nuestro mejor amigo. Y debería habernos cortado la mano antes de dejarnos firmar la hipoteca.

Aunque eso es lo que decimos ahora. Hace cuatro o cinco años, si el banco no nos hubiese concedido la hipoteca, hubiéramos montado una que ni te cuento. Habríamos salido por la tele, con cara lastimera, en algún programa hablando de "derechos" (a la vivienda, ¡a la hipoteca!). Ahora somos "víctimas" porque nos han permitido firmar una hipoteca (como si los documentos de la misma estuviesen escritos en búlgaro o en camboyano). Entonces hubiéramos sido "víctimas" si no nos hubiesen permitido firmar la hipoteca. Si ustedes no han escuchado estupideces como "derecho a hipotecarse", es que no han vivido en España estos últimos años.

España, el país en el que las hipotecas "se concedían". Como si entregarle a un banco la mitad de tu sueldo durante toda tu vida fuese un privilegio. Toma castaña.

Y ahora resulta que los que creyeron que iban a hacerse ricos sin trabajar entregándole a Shylock una libra de su carne (¡y de la de sus padres!) han caído en la cuenta de la trampa en la que se metieron porque (ya es oficial, lo dijo hasta Informe Semanal este sábado) no hay pringados (o gente aún más pringada que ellos) dispuestos a comprarles por 50 lo que ellos compraron por 40. De hecho, los medios del régimen (y es sabido que todos los que van de "víctimas de..." se niegan a aceptar la realidad que tienen ante los ojos hasta que los medios del régimen se lo confirman) les empiezan a decir que con un canto en los dientes pueden darse si consiguen colocar por 20 lo que compraron por 40.

España es un país de usureros fracasados que ahora claman ser "víctimas de la usura". Un país de sinvergüenzas dispuestos a venderle su alma al diablo (aunque entonces no era "el diablo", sino "mi amigo, el del banco") para poder meterse en el juego de la compraventa de inmuebles y ganar dinero a costa de traspasarle el muerto a otro pardillo lo antes posible.

Y no me vengan con el cuento del "es que algunos se lo compraron para vivir, no para especular". Si se lo compraron hipotecando hasta la dentadura postiza de los abuelos fue porque estaban convencidos de que, si la cosa se fastidiaba, le podrían traspasar el muerto (y con beneficios) a algún idiota. ¿Cuántos hubieran "comprado para vivir" si hubiesen pensado que lo que compraban por 50 iba a venderse por 40 dos años después?.

¿Ah, que no lo sabían? Es que Dios crea idiotas (millones todos los días) cuya misión es comprarnos nuestras posesiones, a los enteraos de la vida, por lo que pidamos. Es cuestión de encontrarlos. Lo que pasa es que Zapatero los ha ahuyentado con su mala gestión económica. Sí, sí. Los capitalistas lo sabemos, y por eso hemos creado una nueva biblia. Al Redentor lo hemos rebautizado (que somos más chulos que nadie, San Juan Bautista) y ya no lo llamamos Jesús de Nazaret, sino Jesús Von Mises. Y al séptimo día, Dios no descansó, sino que lo dedicó a crear a los tontos a los que les revenderemos los bulbos de tulipán. Y lo de "ganar el pan con el sudor de nuestra frente" lo hemos cambiado por "ganar el Edén entero recalificando el suelo tras pedir un crédito hipotecario a la Serpiente". No te jode...

¿Por qué se extrañan tanto de que un elemento como José Luis Rodríguez Zapatero sea el presidente destepaís?. La catadura moral de los españoles ha quedado sobradamente probada esta última decada (bueno, este último cuarto de siglo, pero sobre todo esta última década). "Voy a ganar un huevo de pasta sin mover un dedo, pasándole los ladrillos a otro tonto", pensaban muchos.

Pero la pregunta era obvia: si todos somos listos que nos hipotecamos de por vida para adquirir los ladrillos, ¿quiénes serán esos tontos que nos los van a comprar para hacernos millonarios (porqueyolovalgo)?.

Y lo peor no es que aquí nadie rectifique ni reconozca haber cometido un error. Lo peor es que siempre surge una asociación, una red (red que enreda, no que conecta), o un colectivo, dispuestos a decirle al cirrótico que los malos son los camareros y los dueños de los bares (los mismos camareros y dueños de bares que, preocupados por su salud, se negaron a servirle más alcohol, obligándole a cambiar de sucursal; perdón, de establecimiento, quería decir).

Hubo otro tiempo en el que los usureros eran despreciados. Lo más bajo de la sociedad. Quizás por debajo de las prostitutas, incluso. Al menos, eran tiempos de hipocresía. Tiempos en los que el vicio rendía homenaje a la virtud. Los usureros eran tan despreciados como solicitados.

Porque los usureros existen (independientemente de si son admirados, como ahora, o despreciados, como entonces) porque hay gente dispuesta a aparentar lo que no es. Porque hay gente que cree que "tiene derecho" a hacerse millonaria simplemente por colgar un cartelito de "Se vende" con un número de teléfono.

Si no hubiese gente que se cree más "moderna", o con más "ganas de probar nuevas sensaciones", no habría camellos en las esquinas (o donde se pongan, que no lo sé) vendiendo cocaína. Igualmente, si no hubiese gente que se cree más "lista" que ese vecino que gana dinero trabajando y haciendo algo productivo (que ganar dinero haciendo algo productivo es de "pobres"), o gente que cree tener "más visión de futuro", o que necesita sentirse importante y pasar por lo que no es ni nunca será, los usureros no existirían.

Porque, en otros tiempos, los usureros eran despreciados, sí. Como las prostitutas. Pero, seguramente, despreciados (y a voz en grito, para que se les oyera bien alto) por los mismos que requerían de sus servicios. Ahora, los hidalgos se hacen llamar "clase media", pero sólo ha cambiado una cosa: los usureros son admirados y su tarea es agradecida e incluso tenida por necesaria (porque, si no, no hay manera de ganar cuatro duros y pasar por "clase media"). Y, al igual que las prostitutas, ya no tienen que ocultarse en sus casas, sino que salen por la tele a todas horas.

Y ahora que Shylock exige hacer honor a lo firmado y viene a cobrarse la libra de carne, aquí nadie ha hecho nada mal. Todos somos "víctimas", porque la jugada nos ha salido mal y el pardillo que nos iba a hacer millonarios no aparece por ningún lado.

No conozco a ningún adicto (al alcohol, a la heroína o al dinero prestado) que se haya curado de su adicción gracias a los que le dan cremita por la espalda diciéndole que es sólo una víctima y no ha hecho nada mal. Si algo identifica claramente a un adicto (a lo que sea) son dos cosas: que siempre le echa la culpa a otros de lo que le pasa y de lo que hace, y que siempre hay alguien dispuesto a reforzarle sus fantasías de impotencia e irresponsabilidad, y a convertirle en una "víctima".

Porque (lo saben todas las madres) la culpa es siempre "de las malas compañías". Pero nuestros hijos nunca son "malas compañías" para nadie. El mundo está lleno de hijos santos y "malas compañías" que surgen de la nada, por generación espontánea, y que no tienen madre.

Así que váyanse todos (y no me perdonen el celismo, si no quieren, que la verdad es que me empieza a dar igual) a la mismísima mierda. Víctimas que no lo son y creadores de víctimas que creen que las adicciones se curan diciéndole al adicto lo que quiere oír. Asumamos nuestros errores o, en su defecto, ayudemos a los demás a asumirlos. O callemos para siempre, que ya aburre el rollo de culpar a los poderosos romanos de las maldades cometidas por nosotros, el pueblo elegido.

Y, a los que (con la mejor intención, no lo dudo) hablan de "víctimas de la usura", permítanme recordarles un refrán muy explícito sobre una madre, una hija y una manta.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Metiéndose en política.

En un portal virtual con noticias y artículos de opinión sobre religión (en ocasiones -las menos- la religión católica, y en ocasiones - las más- la religión liberal), se ha publicado un artículo con cierto tonillo de indignación sarcástica, sobre una monja de clausura (cuyo fuerte no parece ser, precisamente, el voto de silencio) que, al parecer, ha tomado parte activa en la campaña política de las elecciones autonómicas que Cataluña padecerá (otros dirán "celebrará") este domingo. Y lo ha hecho pidiendo el voto para Artur Mas.

Para empezar, es de agradecer, comprobando las noticias de las últimas semanas, que la monja (argentina, para más señas, que si los de Bilbao nacen donde quieren, los de Manresa no tienen por qué ser menos) no se haya despelotado ni haya montado ninguna escenita á la Meg Ryan mientras anunciaba su apoyo a Convergencia y Unión.

Sin embargo, el artículo sobre Sor Lucía Caram, que creo que puede considerarse muy acorde con la línea editorial (si se quiere llamar así) de este portal religioso, resulta aún más llamativo si recordamos que, precisamente en este portal, escribe un sacerdote llamado Santiago Martín.

¿Y qué tiene de especial Don Santiago Martín, teniendo en cuenta que hablamos de una monja que pide el voto para Convergencia y Unión?. Pues que Don Santiago Martín publicó en el diario La Razón (L´Osservatore Spagnolo, para los amigos), con el que, según parece, colaboraba habitualmente por aquel entonces, un artículo, pocas semanas antes de las elecciones generales del 2008, pidiendo el voto católico para Mariano Rajoy ("Rajoy tiene que saber que no está solo, que los católicos estamos con él", escribía don Santiago).

El artículo de don Santiago fue, además de entusiasta, muy oportuno, puesto que se publicó poco antes de las elecciones generales y sólo un mes después de una entrevista en el diario El Mundo en la que Mariano Rajoy volvía a defender, con toda la claridad del mundo y sin ambigüedad ni complejo alguno, la postura de su partido (conocida de sobra) sobre temas de suma importancia (se supone) para cualquier católico: favorables al aborto, a la llamada "ley del divorcio exprés" y a los mal llamados "matrimonios homosexuales" (siempre y cuando no los llamemos "matrimonio", que ya se sabe que llevarte lo que no es tuyo está bien, siempre y cuando no lo llamemos "robar").

Ello, sin embargo, no fue óbice para que don Santiago publicase, no hace tanto, un brillante artículo en el que le ponía los puntos sobre las íes al abad de Montserrat, que había tenido la ocurrencia de defender en público... lo mismo que el partido político para el que don Santiago pidió el voto hace casi tres años: que el aborto es muy malo, pero que debe estar permitido porque los que recurren a dicha solución no tienen más remedio (lo mismo que dice Otegi sobre el terrorismo de ETA, para que me entiendan).

Y es que no deja de ser llamativo cómo, los mismos a los que no les extraña - y hasta les complace- que un sacerdote pida el voto para el PP, se indignan soberanamente cuando una monja (que quizás tenga la cabeza más pallá que pacá, todo sea dicho) pide el voto para Convergencia y Unión, un partido cuya ideología, en temas importantes para los católicos, es la misma que la del PP. Y cuya forma de actuar en cuestiones lingüísticas, allí donde gobierna, es también muy parecida (por no decir "idéntica") a la del PP. Pregunten a gallegos, valencianos, mallorquines, navarros o vascos, si no me creen. CyU comparte con el PP incluso el amor por el otrora nefasto estatut, que mereció (como suele ser habitual entre los votantes de la derecha) tanta indignación antes como silencio sepulcral (y blanqueado) ahora.

Y algo parecido ocurre en el estrato episcopal: los mismos que bufan enfadadísimos cuando veían a Monseñor Setién, o ahora a Monseñor Sistach, departir amablemente y echar unas risitas con los políticos nacionalistas vascos o catalanes (respectivamente) no pestañean siquiera cuando un obispo se deja ver en un acto público con un político del PP (luego se quejan de que la Autónoma de Madrid hiciese doctor horroris causa a Santiago Carrillo).

Que ya se sabe que, si un religioso pide el voto para un partido político, eso es mezclar (y está muy mal, oiga)... salvo si el partido para el que pide el voto se llama PP. Y, si un obispo se deja ver compartiendo sonrisitas y fotitos con políticos de partidos de ideología anticristiana, eso está fatal, porque también es mezclar y, además, despista a las ovejas...excepto si esos políticos son del PP.

Y es que, claro, lo que molesta a los antimezcladores no es que Lucía Caram pida el voto para un partido político, sino que no lo pida para el PP. Y lo malo de Monseñor Sistach no es tanto que compadree con afán y fruición con los políticos que gobiernan en su diócesis (al igual que el arzobispo de Madrid y sus auxiliares, sin ir más lejos), sino que compadree con políticos que no son peperos.

Porque lo curioso es que, al fin y al cabo, Sor Lucía Caram está siguiendo al pie de la letra la lógica que esgrimirán millones para votar al PP en el 2011 y el 2012: que lo principal es echar a los socialistas porque hace falta "un cambio". ¿Y qué manera más efectiva y rápida hay de echar a los socialistas del Palacio de la Generalidad que votar a CyU?.

Lo cual, lógicamente, me lleva a dar por sentado que los mismos que recomiendan (pase lo que pase) votar al PP en el 2012 para echar a Zapatero, pedirán que se vote a CyU (el mal menor, ya se sabe...) para echar a Montilla. ¿O es que van a votar al PP, arriesgándose así a que Montilla vuelva a ser presidente otros cuatro años más?.

PS: Miren el título del artículo que publica el Cardenal de la Santa Madre Iglesia que estuvo arropando a Aznar (y eso no es "mezclar", puesto que Aznar es del PP) en su investidura como doctor honoris causa en la citada universidad murciana. Y es que, ya se sabe: "Su madre es una (y) santa, pero él...". Eso.

jueves, 11 de noviembre de 2010

¿Te has dao cuen...? (VIII)

¿...de que los que sostienen que "la verdad (o el bien) se propone, no se impone" suelen estar convencidísimos de que la democracia sí debe imponerse (y a sangre y fuego, si fuere menester), y no sólo proponerse?.

¿Será su forma inconsciente e involuntaria de reconocer que la verdad (y, por ende, la Verdad) y su idolatrada democracia son conceptos, no ya distintos, sino completamente opuestos entre sí?.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Usted no sabe con quién está hablando.

La Basílica sepulcral y la Abadía Benedictina de la Santa Cruz del Valle de los Caídos se encuentran, según la web de Patrimonio Nacional, entre los "monumentos y museos" administrados por este organismo público.

¿Y a qué se dedica este organismo público llamado "Patrimonio Nacional"? A (cito textualmente) custodiar los bienes titularidad del Estado afectados al uso y servicio del Rey y de los miembros de la Real Familia.

Y (corríjanme si me equivoco), eso no significa otra cosa más que lo siguiente: que la Basílica Sepulcral y la Abadía Benedictina de la Santa Cruz del Valle de los Caídos tienen, según la legislación vigente en España, un dueño: papá Estado (y en la web de Patrimonio Nacional, como habrán podido comprobar, hay una foto -algo pequeña, es cierto- de los amos reales -en más de un sentido- de la Basílica).

Así que, nos guste o no (que a mí, al igual que a ustedes, tampoco me gusta), según la legislación vigente, es papá Estado el que decide cuándo, cómo y para qué se utilizan, los bienes cuya titularidad ostenta (la Basílica del Valle de los Caídos, entre ellos). ¿Y cuáles son los objetivos de papá Estado respecto a los bienes administrados por Patrimonio Nacional, y cuya titularidad ostenta? Pues (vuelvo a citar textualmente):

1- Poner a disposición de todos los ciudadanos uno de los conjuntos culturales más importantes de Europa.

2- Conservar y restaurar sus bienes históricos muebles e inmuebles.

3- Preservar y respetar el medio ambiente, flora y fauna de los bosques y jardines que administra.

Así que, en lo que respecta al Valle de los Caídos, papá Estado puede tirar de cualquiera de estos tres puntos para impedir la entrada al recinto y/o la celebración de Misas cuando desee y como desee. Puede dar como excusa que la Misa impide "poner a disposición de todos los ciudadanos uno de los conjuntos culturales más importantes de Europa". Puede cargarse las partes que quiera de la Basílica y de las maravillosas estatuas que la coronan (que, recordémoslo, según la ley, son suyas) con el pretexto de "conservar y restaurar". Y, si papá Estado tiene ganas de echar sal en la herida (y necesita distraer al personal de algún asunto grave que no ha conseguido ocultar), puede derribar la cruz que hay en lo alto de Cuelgamuros aludiendo al peligro que representa para el vuelo de alguna especie de avutarda cuyas cagarrutas, casualmente, acaban de aparecer al pie de la misma (imagino que todos recuerdan el episodio de los providenciales excrementos, presuntamente de lince y que resultaron ser de gato, que sirvieron de pretexto para paralizar la construcción de una autopista no lejos de allí).

Hasta ahora, los monjes benedictinos habían podido celebrar Misas en el interior de la Basílica a las horas anunciadas, porque papá Estado, en su graciosa magnanimidad, así lo había concedido. Pero cuando a papá Estado le ha dado la real (o Real, quién sabe...) gana, el recinto se ha cerrado a cal y canto a una hora a la que se había previsto la celebración de una Misa en su interior (una forma como otra cualquiera, imagina uno, de hacerle una butifarra al Santo Padre, aprovechando que el Tíber pasaba - este fin de semana- por Barcelona y Santiago).

"¡Oiga, es que no nos han permitido celebrar Misa!".

Perdone, amigo, que le paso con Papá Estado (PE):

PE: Falso. La Misa se celebró, como muestran las imágenes que han circulado en los medios de comunicación y por internet. Ancha es Castilla, ¿o no?.

"¡Sí, pero es que no nos permitieron celebrarla en el interior de la Basílica!".

PE: Bueno. Es que la Basílica esa es mía, y yo digo qué se puede hacer ahí y qué no, y cuándo y cómo. ¿Algún problema?. Para mí, es como si te cabreas porque no permito celebrar Misas en el interior del Museo del Prado o en una comisaría de Policía.

"¡Pero eso es una Basílica consagrada a Dios!"

PE: ¿Lo cuálo qué?. Espera un momento, que voy a revisar a velocidad supersónica todas las leyes ésas que vosotros os habéis dado a vosotros mismos y que tanto te gustan (y que tanto insistes, cuando te interesa, en que son "la base de la convivencia" y que deben ser cumplidas porque os las habéis dado a vosotros mismos y blablablá). Mmmmm...¿Dios? ¿Quién es? No sale por ninguna parte en la legislación vigente en España.

"¡Te vas a enterar! ¡Esto es un atentado contra la libertad religiosa!. Se lo voy a contar a Mamá Constitución - que soy patriota constitucional- y te vas a caer con todo el equipo!"

PE:
¿Mamá Constitución?. Espera, vamos a preguntarle...¡Mamá Constitución (MC), pásate por aquí!

MC: Muy buenos días a todos, y saludos cordiales.

PE: Que dice Juanito Apañó, que tanto te quiere y que tanta devoción te profesa, que me vas a echar la bronca y me vas a hacer mucha pupita en el diodenarl porque he cometido algo que se llama "atentado contra la libertad religiosa".

MC: ¿Tú, Papá Estado? ¡Pero si eso es imposible! Tú no puedes cometer atentados de ésos contra la libertad religiosa. Eso, según mi texto, imposible (jurídicamente hablando, claro).

PE: Pues explícaselo a Juanito Apañó, que habla mucho de tí, pero, por lo que veo, no te conoce en absoluto. Por cierto, ¿tú tienes el gusto de conocer a un tal "Dios"?.

MC: Pues la verdad es que no, Papá Estado. En mi texto, no sale por ninguna parte. Bueno, a lo que íbamos; verás, Juanito Apañó, según mi artículo 16, tienes garantizada la libertad ideológica, religiosa y de culto, sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la Ley.

JA: "¡Ajajá! ¡Te pillé! ¿Has visto? ¡Nadie alteró el orden público, ni tenía la más mínima intención de alterarlo! ¡Mamá Constitución te obliga, Papá Estado, a poner a mi disposición la Basílica! ¡Es mi derecho a la libertad religiosa y de culto! ¡Ya estás soltando la llave de la Basílica, que por estos riscos hace un frío que pela en Noviembre!.

PE: Error, querido Juanito Apañó. Tú tienes "libertad religiosa y libertad de culto" (y te repito que la prueba está en que la Misa se celebró), pero, como habrás podido comprobar, en ninguna parte del artículo 16 de Mamá Constitución dice que yo tenga que poner a tu disposición ninguno de los bienes cuya titularidad ostento -por mucho que tú los llames "templos consagrados a Dios"- para ejercer dicha "libertad religiosa" cuando tú quieras. Siendo yo el titular, los pondré a tu disposición cuando yo quiera. ¿Captas la diferencia?. Además, según Mamá Constitución (a la que tú mismo acabas de aludir -como siempre- como máxima autoridad a la que someterse) utilizando el comodín del llamado "mantenimiento del orden público", puedo prohibir cualquier celebración religiosa que me dé la gana, cuando me dé la gana y dónde me dé la gana.

JA: ¡Pero si sólo somos un grupo de gente formalita y bien vestida! ¿Quién va a alterar el orden público?.

PE:
Bueno, Juanito Apañó, es que el que decide qué significa y qué no significa "alterar el orden público", o cuándo es previsible que ocurra eso que yo llamo "alteración de orden público", soy yo, no tú. Por ejemplo, para mí matar quince niños en una mañana en un abortorio no es "alterar el orden público". Gritar (o la más mínima sospecha de alguien pueda gritar)"¡Viva España!" cuando no hay ningún acontecimiento deportivo de por medio, sí. Y gritar "¡Viva Cristo Rey!", ni te cuento. ¡Ah, por cierto!, el rey que -según las leyes que vosotros os habéis dado a vosotros mismos- tiene el privilegio del uso y disfrute de todos los bienes gestionados por Patrimonio Nacional -incluyendo esta Basílica- se llama Juan Carlos, no Jesucristo. Por si habías pensado otra cosa, aunque dudo mucho que la hayas llegado a pensar siquiera, siendo como eres un "patriota constitucional".

JA: ¡Esto no tiene nada que ver con lo que yo me había imaginado!.

PE:
Ya lo sé, Juanito Apañó, pero es que tienes la costumbre de votar o firmar textos que no te has leído y cuyo contenido desconoces, o no te has parado a analizar seriamente (aunque luego los menciones como si supieras de lo que hablas), y luego te llevas estas sorpresas. Por cierto, ¿qué tal la hipoteca?.

martes, 9 de noviembre de 2010

Laicismo, no hay más que uno.

No suelo ser un gran fan de los viajes papales. Aparte de que suelo tener cierta alergia a las multitudes, el último medio siglo demuestra que los problemas de la Iglesia y en la Iglesia se han ido incrementando al mismo ritmo con que aumentaba la frecuencia con la que los sucesores de Pedro hacían kilómetros a bordo del Air Vatican I (o como quiera que se llame el avión del Papa). También se ha dado, estos últimos años, la coincidencia de que las pequeñas, pero evidentes, correcciones de rumbo al timón de la barca de Pedro han ido acompañadas de una disminución de la frecuencia y duración de los periplos extramuros del Obispo de Roma.

Independientemente de si lo primero fue el huevo o la gallina, o si se utiliza -o se ha utilizado- la gallina de los viajes para tapar el huevo de la apostasía silenciosa (jajaja, "silenciosa", jajaja, muy bueno, oiga...), lo cierto es que ser Papa es una tarea harto difícil. Y no tanto por los extraños, sino más bien por los que se afirman (y gustan de hacerlo a grito pelado) propios. Al fin y al cabo, es de cajón, y como tal se asume, que los enemigos declarados le están esperando a uno, detrás de cualquier esquina y con el cuchillo dialéctico (de hoja oxidada, sí, pero precisamente por ello más infecta y peligrosa) entre los dientes, para tratarlo como sospechoso habitual, a base de intentar utilizar en tu contra cualquier cosa que digas.

Pero el caso es que acaba resultando mucho más peligroso el ladrón de guante blanco (con su traje, su corbata, y sus tropecientos máster a cuestas) que el quinqui navajero de aspecto zarrapastroso. El aspecto y los ademanes de este último revelan sus intenciones y nos alertan de la conveniencia de poner pies en polvorosa ipso facto. En cambio, aquél se nos presenta como un amigo que nos ayudará a ganar mucho dinero; su peligro no está en sus ademanes agresivos, sino en su capacidad de mimetismo o camuflaje tras unos modales y una apariencia impecables. Y, puestos a escoger entre dos males, mejor caer en las manos de un macarra maloliente y poco aseado, que muy probablemente se conforme con lo que lleves en el bolsillo, que en las zarpas del ladrón trajeado y encorbatado, que puede llegar a conseguir (millones de españoles son la viva muestra de ello) que le pases al banco la mitad de tu sueldo durante toda la vida a cambio de un zulito de 40 m2 (y, si tienes mala suerte y no puedes cumplir con las cuotas, a cambio de nada).

Igualmente, poco peligro tienen, para los católicos y a la hora de la verdad, los rojetes que, para cumplir con la obligación contraída a cambio de la subvención, las prebendas del cargo, o la futura pensión máxima vitalicia, le lanzan (o le intentan lanzar, que no ofende el que quiere, sino el que puede) dardos al Papa. Reconozco que pueden llegar a ser harto irritantes (igual que el quinqui con andares de muerto viviente, fruto de su adicción a la heroína), pero, al igual que éste, no engañan a casi nadie.

Sin embargo, los que se revelan (como el ladrón de guante blanco) letales son los medios de comunicación que, en algunos casos, llegan incluso a ponerse en la portada el escudo de la tiara y las dos llaves cuando el Papa está de viaje, pero tergiversan las palabras del Pontífice para ponerlas al servicio de la ideología (o la falta de ella) que sustenta la línea editorial del medio en cuestión (a veces incluso tergiversan lo que el Papa aún no ha dicho).

Sin duda, las palabras de Benedicto XVI más comentadas durante estos últimos días han sido unas pronunciadas como respuesta a unas preguntas hechas por los periodistas en el avión que le traía a España. En ellas, estableció un evidente e indudable paralelismo entre los trágicos sucesos de la década de los 30 del siglo pasado y la situación actual que vivimos en España, demostrando ser plenamente consciente de ella (por si alguien lo dudaba, dicho sea de paso). Las palabras, traducidas del italiano, fueron las siguientes (recogidas de una fuente fiable, como creo que es ésta):

"En España nacieron una laicidad, un anticlericalismo, un secularismo fuerte y agresivo, como pudimos ver precisamente en los años treinta. Esta disputa, más aún, este enfrentamiento entre fe y modernidad, ha vuelto a reproducirse en la España actual".

Los medios afines al antizapaterismo (tanto la facción Esperancista como la Gallardonita) se han apresurado a resaltar la primera mitad de este párrafo, haciendo hincapié en el carácter agresivo (o especialmente agresivo, diría yo) del laicismo del gobierno actual, al que califican de "laicismo agresivo de la izquierda".

Como si el laicismo (definido, sin distinción alguna, como "peste de nuestros tiempos" por Su Santidad Pio XI en la Encíclica Quas Primas) no fuese agresivo per se. Como si hubiese alguna subespecie de laicismo que no fuese agresiva, o que no buscase la expulsión de Dios y de su Iglesia de la vida pública (sea enseñando los dientes para morder, o para esbozar una hipócrita sonrisa).

Evidentemente, la moto laicista que intentan vender los medios del antizapaterismo español (aun siendo la derecha un invento funesto, en España ya no hay derecha - ni siquiera centrorreformismo- sino, simple y llanamente, antizapaterismo) es que hay un laicismo bueno y un laicismo malo. Y la burra que vende la derecha es siempre de la misma estirpe:

¿Que los Papas condenan el liberalismo? Es que hay un "liberalismo bueno" (el de ahora, llamado "liberalismo económico") y un "liberalismo malo" (el de antes, llamado "liberalismo anticlerical"). ¿Que un Papa llama "crimen abominable" al aborto?. Es que hay un "aborto defendible" (el nuestro, llamado "delito despenalizado") y un "aborto indefendible" (el de los sociatas, llamado "derecho"). ¿Que la Iglesia condena como ilícito moral las uniones entre personas del mismo sexo? Es que hay "uniones buenas entre personas del mismo sexo" (las nuestras, llamadas "no-se-sabe-aún-cómo-pero-ya-se-nos-ocurrirá-algo") y "uniones malas entre personas del mismo sexo" (las de los sociatas, llamadas "matrimonio homosexual").

¿Y el laicismo? Pues más de lo mismo: hay un "laicismo malo" (el de los sociatas, llamado "laicismo agresivo") y un "laicismo bueno" (el nuestro, llamado "aconfesionalismo").

La burra del "laicismo bueno" fue puesta a la venta, con gran éxito, por un respetado y respetable doctor de la Iglesia, cuyas enseñanzas han desplazado a las de Santo Tomás de Aquino y San Agustín de Hipona como referencia de casi todos los católicos actuales: nada más y nada menos que Monsieur Le Président de la Republique Française, don Nicolas Sarkozy, famoso y conocido, no sólo por ser marido de quien es, sino por ser autor de la expresión "laicidad positiva".

Una expresión que ha causado furor entre los católicos españoles (y de otros países, imagino), sencillamente, porque justifica su forma de pensar y de actuar (proclamando a voces su catolicismo cuando conviene, pero olvidándose de él cuando toca apoyar a la asociación, partido o grupo preferido). Y no deja de ser indicativo que los que venden como dogma de fe para los católicos esta expresión del marido de la ex-cantante suelen ser los mismos que se pasan por el arco del triunfo liberal las clarísimas e inequívocas encíclicas papales sobre el laicismo (empezando, obviamente, por la Quas Primas).

Quizás no tardemos mucho en oír felices ocurrencias como "blasfemar en positivo", "herejía constructiva" (si bien la única herejía que, para muchos católicos parece existir hoy en día, es precisamente pronunciar la palabra "herejía"), o "sacrilegio integrador" (ideal para justificar desmanes litúrgicos, oiga). Bastará, probablemente, con que las proponga en público un político de derechas (no vale un sacerdote, un obispo -ni siquiera el de Roma- que lo importante es que la fuente sea "aconfesional", como ya hemos dicho) para que sean recibidas con alegría y entusiasmo por la grey católica laicamente positiva (truco infalible: si camufla el engendro sintáctico entre feroces y continuadas críticas a Zapatero, el éxito está asegurado).

Porque, hoy en día, y gracias a los políticos, medios y asociaciones de la derecha, se ha conseguido que sean los propios católicos, los que, bajo el paraguas del "laicismo bueno" ("aconfesionalismo", para los amigos), prohíban a todo quisque todo aquello que les escandaliza verlo prohibido con la excusa del "laicismo a secas" o el "laicismo agresivo".

Prohíba usted hablar de religión o mencionarla, o los crucifijos, en nombre del "laicismo a secas", y los católicos laicamente positivos le saltarán al cuello. Prohíba usted hacer alusiones a la religión o utilizar la religión como argumento (o los crucifijos), pero en nombre de la "aconfesionalidad", y los católicos laicamente positivos no sólo le aplaudirán, sino que se arremangarán prestos para mandar callar (o a paseo) al incauto (que ya no será "un valiente ciudadano consciente de sus derechos", sino un extremista) que se atreva a arruinarles, con su presencia o sus palabras, su trabajadísima corrección política ("corrección política" o "hábil estrategia" que ellos mismos llaman, cuando lo hace la izquierda, "atentado contra la libertad religiosa").

Con la excusa del "laicismo bueno" se ha conseguido incluso, que algunos católicos prohíban, en los actos que organizan, rezar el Rosario. Todo, por supuesto, por "no ofender a otros" ("otros" entre los que no está incluida, obviamente, la Madre de Dios). Hagan la prueba y vayan a la calle Viladomat, en Barcelona, la noche de cualquier día 25 del mes. Cuando localicen un nutrido grupo de personas con velitas, acérquense y recen, en voz alta, un avemaría. Unos cuantos católicos, muy comprometidos con su sana laicidad, le invitarán a callarse o a marcharse. El mismo "tipo" de católicos que estallarían de indignación si se enterasen que a un militante de las Juventudes Socialistas le han prohibido rezar un paternoster en un acto de esta organización (en el improbable caso de que se le ocurriese), y presentarían semejante prohibición como una demostración de "laicismo del malo".

Y es que, fíjense ustedes qué casualidad: los medios de la derecha se han olvidado de comentar la segunda parte de este párrafo de las declaraciones del Papa: que el conflicto de la Fe no es sólo con la variante quinqui del laicismo, sino con la modernidad. Esa "modernidad" que los católicos liberales venden, no ya como aliada de la Fe (¿para qué queremos más, si lo dice Sarkozy, que le ha ganado varias elecciones a los sociatas franceses?), sino como su catalizadora y perfeccionadora (si no me creen, vayan a algún congreso de una asociación que lleva las palabras "católica" y "propagandistas" en su nombre). Que ya se sabe este invento de la Fe era una cosa de brutos y cavernícolas hasta que Montesquieu, Voltaire y demás compaña vinieron a ayudarla a progresar adecuadamente.

Y es que, como recordaba el profesor Javier Paredes en un excelente artículo al que uno tiene que volver una vez tras otra, la persecución laicista agresiva está ya muy vista: la sangre de los mártires es semilla de nuevas conversiones y, además, los católicos se ponen en guardia. Por eso, la jugada maestra, hoy en día, consiste (como en todo lo demás) en vender una versión presuntamente tolerable y benigna (sí, va con segundas) del Mal (el aconfesionalismo, en el caso de la peste laicista), con la que se ha conseguido que sean los propios católicos los que encabecen - elevando las relaciones públicas al rango de fin en sí mismo- las prohibiciones y las persecuciones que tanto temen de la izquierda.

Pero no dejen que les distraiga con mis divagaciones: mientras los amigos aconfesionales les prohíben rezar en sus actos, o hablar de religión, o hasta llevar crucifijos en el cole, sigan dándole leña al mono socialista -y al nacionalista catalán-, que son de goma (y para eso están, por si no se habían dado cuenta).
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