El presidente de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), Carlos Romero, concedió hace algunos días una entrevista al diario ABC, en la que emitió una fatwa democrática (que para eso estamos en la semana del vintitrésefe, con la población especialmente "sensibilizada") contra los partidos...católicos (¿seguro que el "laicismo agresivo" ése es cosa de los socialistas?). Al parecer, don Carlos es un fiel seguidor de la conocidísima doctrina taranconiana según la cual es preferible que haya "católicos en los partidos" a que haya "partidos católicos" (y la pregunta no es si es preferible, sino para quiénes es preferible y porqué).
Pero lo cierto es que un servidor, que anda algo despistado últimamente, se queda corto. Don Carlos se nos revela, en realidad, como un ultrataranconista, ya que para él, la existencia de partidos católicos ni siquiera es una opción a contemplar. Don Carlos, demostrando que no hay hoyo demasiado profundo como para no intentar salir de él cavando más hondo, afirma que "no debería haber un partido católico".
Le invade a uno la perplejidad más absoluta al escuchar semejante afirmación, viniendo de quien viene. No porque sea católico, que ya sabemos que, en lo que a don Carlos se refiere, hablamos de ese "catolicismo" cuya suprema ley no es la salvación de las almas, sino la de las poltronas de los políticos peperos (aspirando, de paso, a ocupar una de ellas , si pudiese ser), sino porque la afirmación de don Carlos (y de su Eminencia, don Vicente, del que no puedo decir que tanta paz haya llevado como descanso ha dejado, porque, lo que se dice descanso, dejó bien poco) es absurda.
En efecto, si lo que se busca (porque es el medio para influir en la política) es que haya "católicos en los partidos", ¿cómo es posible que don Carlos, insigne propagandista genovés (que no romano) no quiera que haya un partido católico, cuando precisamente los partidos en los que más católicos hay y en los que más influencia tienen éstos son los partidos...católicos?.
Al parecer, don Carlos quiere que haya católicos en todos los partidos...excepto en los partidos católicos, de los que nos anima a salir ipso facto. Y, revelando que, según él (pero no sólo él) no debería haber (ni) un partido católico, anima a los católicos (en principio, luego desgranaremos esto más despacio) a votar a cualquier partido...siempre y cuando no sea católico, claro.
Y lo peor (o lo mejor) de todo es que la propuesta de don Carlos, de llevarse a cabo con éxito, sería un fracaso total. Según don Carlos, lo que hay que hacer es infiltrarse, con mucho secreto y sigilo (por eso mismo llevamos anunciándolo treinta y tantos años a los cuatro vientos), en esos partidos que no son católicos ni quieren serlo (pero que, no obstante, merecen nuestro voto, no como los partidos católicos, que no merecen ni existir) para cristianizarlos.
Pero, ¡ay, cruel e irónico destino!, imaginen que nuestros hábiles agentes secretos se infiltran en el PP (por ejemplo), tienen éxito y lo cristianizan como Dios manda (con perdón de tan confesional expresión). Sería terrible tal suceso, ya que el PP se convertiría, entonces... ¡en un partido católico!..y ya no podríamos votarle nunca jamás, sino que tendríamos que buscarnos otro partido en el que infiltrarnos ¡y vuelta a empezar!.
La condena de Sísifo es, por tanto, pan comido comparada con el triste destino que nos espera a los católicos que queremos influir en la política: después de echar más horas que Hércules en los establos de Augias, cristianizando un partido (suponiendo que se consiguiese tal propósito)...¡el partido debe desaparecer, por haberse convertido en un partido católico!. Es decir, que los católicos debemos meternos en política, pero sólo si no pintamos un colín en el partido en el que estamos, porque de lo contrario, condenaríamos al partido a su disolución (por católico, claro).
Sin embargo, es perfectamente razonable que a uno le asalte la duda de que don Carlos se crea realmente las absurdas tesis que defiende. Para ello, nada mejor que la conocida prueba del algodón: acérquense a don Carlos y confiésenle abiertamente sus irrefrenables deseos de influir -como católicos- en la política destepaís. Después de que don Carlos les haya felicitado, comuníquenle que piensan afiliarse al PSOE, y que piensan pedir el voto para este partido a todo el mundo.
Ustedes no se inmuten si don Carlos pone cara rara, y continúen. Díganle que el PSOE necesita - aún más que el PP- católicos que lo cambien desde dentro, y que, para eso, hay que votarlo (¡y presionarle después!). De hecho, y echando mano de los argumentos que utilizan muchos peperos, díganle que son precisamente las críticas de los católicos al PSOE las que provocan que este partido se aleje cada vez más de la doctrina social de la Iglesia, y que no debemos irritar, de ninguna de las maneras, a los que tienen mando en plaza en este partido, ya que, si lo hacemos, sus posiciones se alejarán aún más de las nuestras (y no lo digo yo; lo dice Forum Libertas).
Lógicamente, ustedes y yo sabemos perfectamente que don Carlos no aplaudirá tan noble gesto y tan -según el taranconismo- cristiano propósito. Al fin y al cabo, don Carlos no está sino echando mano de uno de los trucos de prestidigitación propagandística más habituales entre los peperos que se presentan como "independientes" o parte de la llamada "sociedad civil": no te dicen a qué partido has de votar (como si, a estas alturas, no nos conociésemos todos), pero sí te dicen a qué partidos no debes votar.
Y los partidos a los que no debes votar (unos, por rojos; otros, porque serrompespaña; y otros, por minoritarios) son (sorpréndanse) todos menos el PP.
Por supuesto, queda una pregunta que hacerse: ¿alguien cree que don Carlos dice que no debería haber partidos católicos con el propósito de molestar o llevarle la contraria a la Conferencia Episcopal?.
Eso mismo pensaba yo.
SOBRE "EL KIT."
Hace 6 días