miércoles, 16 de marzo de 2011

Despelotaris (II).

Tal y como se dijo en el artículo de anteayer, en esta bitácora no falta un ardiente -y, a veces, hasta obsesivo- afán de corrección fraterna. Por ello, y dado que la condición izquierdista de los profanadores de la capilla de la Complutense ha facilitado enormemente el llamar al pan, pan y al vino, vino (cosa que, como ya se ha recalcado, se torna mucho más difícil cuando los perpetradores de los desmanes tienen pedigrí derechoide), el que escribe estas líneas (y estas parrafadas) cree necesario ofrecer unos breves y prácticos consejos llevado por la suposición de que la conducta de las -en estos momentos- perroflautas más notorias de España vino motivada por una ignorancia no exenta de buena voluntad.

En primer lugar, unas líneas maestras para saber cómo conducirse con decoro, educación y urbanidad (y hasta devoción, si se quiere) en un templo católico (especialmente si el Santísimo está presente y/o expuesto):

1- Ante la duda, cúbranse más.

2- Ante la duda, arrodíllense.

Esta foto es una excelente demostración práctica de estos dos consejos:

La prueba es que no fue necesaria (que se sepa) misa de desagravio alguno por este tipo de vestimenta (de hecho, la vestimenta formaba parte de lo que podríamos llamar "acompañamiento litúrgico", según nos cuentan en la bitácora Surge, Propera). Un atuendo inusual, si se quiere ver así, pero que quizás estaba siendo utilizada como una forma de hacer penitencia en un día especialmente caluroso.

En lo que a un servidor respecta, hubiese preferido que la persona que así se disfrazó hubiese leído menos sobre ovejas y pastores y más sobre piedras de molino al cuello (que llevarlas también puede ser un eficaz "acompañamiento litúrgico moralizante"), pero como ya se ha dicho, no es la intención de este artículo exponer la opinión personal del autor de la bitácora, sino asegurarse que cualquiera pueda saber cómo vestir en una iglesia católica sin causar escándalo ni arriesgarse a acabar en el juzgado.

No obstante, no es -nada más lejos de la realidad- necesario ni imprescindible llevar hasta tal extremo los dos consejos arriba mencionados. En una Iglesia en la que, desde hace medio siglo, es primavera todo el año, la consecuencia lógica es el empleo, cada vez más frecuente, de ropajes ligeros. Al punto de que, con muy poquita tela, puede uno tener la seguridad de no errar al responder la pregunta de "qué me pongo para ir a Misa". Vean, si no, la foto de este devoto y ejemplar sacerdote:

Pero si ustedes son de los que sienten la imperiosa necesidad de dejar ver o entrever su anatomía a todo quisque, están de enhorabuena. No se dejen confundir por prejuicios infundados, puesto que, en una Iglesia que huye de radicalismos y busca la cercanía a las inquietudes que acucian al hombre "de hoy", eso también es posible, sin necesidad de provocar escándalo alguno ni caer en profanaciones sacrílegas. Vean, si no me creen, la foto siguiente:

Afortunadamente, el fotógrafo tuvo la necesaria intuición para incluir la Custodia en la imagen. De no ser así, hubiera sido fácil caer en el error de confundir esta fotografía (aquí tienen el reportaje completo) de una vigilia con una escena del festival de teatro de Mérida o de Segóbriga. ¿Ven lo sencillo que es evitar escenitas? Una túnica vaporosa y transparente et voilá: estará usted "encendiendo la luz de Cristo" en lugar de hacer profanaciones de ésas (así luego no les regaña la abuela). La prueba es que allí estaban presentes casi todos los obispos españoles, sin que ninguno de ellos -que se sepa- haya hecho mención alguna (ni durante la danza litúrgica ni después) a la necesidad de misa de desagravio (ni de ningún otro tipo).

Sin embargo, si lo suyo es la pesca del gran tiburón blanco y, para ello, necesitan -como es lógico- enseñar carnaza en cantidades industriales a los escualos, tampoco hay el menor problema. Y, si pensaban lo contrario, se debe a la sarta de mentiras que les cuentan esos malvados rojos. Observen atentamente la siguiente imagen:

Vale, Museros, muy interesante: dos monjas en un concierto de AC/DC. ¿Qué pinta esto aquí, exactamente?.

En absoluto, amigo. Como ya he dicho, se deja llevar usted por sus prejuicios. Esta foto no es de un concierto de rock, sino de una Misa celebrada el año pasado, en Agosto, en un campo de fútbol en Santiago de Compostela. Son las ironías de la vida: los católicos quejándose de que si cierran esta o aquella capilla y, teniendo a su disposicion una catedral bien hermosa en la ciudad del Apóstol, prefieren irse a un estadio de fútbol (y esto demuestra que quizás no sea cierto que el fútbol se parezca cada vez más a una religión, sino que es "una religión" la que cada vez se parece más al fútbol).

Y fíjense ustedes en el atuendo de las dos rubiotas (sobre todo la del ¿pantaloncito? rojo), para comprobar lo poquito que es necesario para quedar divinamente en presencia de los obispos, sin necesidad de arriesgarse a que te casquen una querella por ello.

Y si todas estas pruebas documentales y estos breves consejos les han sabido a poco, tampoco pasa nada. Se acerca la temporada de la BBC (bodas, bautizos y comuniones). Seguramente, por muy ateos y anticatólicos que sean ustedes, no faltará algún familiar, amigo o conocido que les invite a la celebración, haciéndoles pasar por el incómodo trámite de tener que asistir a la ceremonia.

Pues están de enhorabuena: ahí podrán comprobar, in situ, que sólo tapándose un poquito más que las profanadoras de la Complutense, puede una, no sólo asistir a Misa, sino hasta comulgar sin mayor problema (y sin necesidad de confesarse antes, que eso ya está superado). Basta con echar un vistazo a su álbum de fotos familiar para comprobarlo. Especialmente frecuente es esto en las bodas, a las que el saber popular atribuye el ser fuente de otros enlaces matrimoniales futuros (la caza del gran tiburón blanco, ya saben), y que tampoco suelen ser seguidas, en los días posteriores (que yo sepa) de misa alguna de desagravio.

Y es que hubo otro tiempo, no tan lejano, en que bastaba con que una mujer entrase a una iglesia con la cabeza o los brazos descubiertos (ni les cuento un caballero en bermudas y chancletas) para recibir severas miradas de desaprobación y ser invitada (con suerte, cortésmente) por el señor párroco a abandonar el templo y no volver hasta cubrirse adecuadamente. Igual ocurre aún en las mezquitas, en las que basta no quitarse los zapatos para organizar un rifirrafe de padre y muy señor mío.

Pero, lógicamente, cuando la apertura de formas y costumbres acaba afectando a escotes, pantalones y faldas, acaba siendo necesario ir muy lejos para liarla y llamar la atención en una iglesia católica. Ya no basta ir en chancletas o en vaqueros, ni llevar el ombligo al aire. Ahora, para ofender la progresiva y progresistamente adormecida sensibilidad de muchos católicos, es necesario quedarse como mamá te trajo al mundo (de cintura para arriba, por el momento).

Y, si aún no se han recuperado del susto, no se molesten en hacerlo: piensen que lo mismo que hoy nos parece perfectamente normal (por habitual), y hasta sana muestra de alegría exultante de la juventud cristiana, provocó, en otro momento, gritos como "¡escándalo", "¡profanación!" o "¡sacrilegio!". Así que imaginen, de seguir las cosas por este discurrir, lo que nos espera en un futuro no tan lejano.

Avisados quedan.

3 comentarios:

Conrad López dijo...

Me has hecho sonreir, pero no se si echarme a llorar.

Museros dijo...

Debe ser la normal reacción alérgica que, inevitablemente, provocan primaveras tan floridas y prolongadas.

Fray_Fanatic dijo...

¿Alguien sabe donde estaban el Capellán de la Complutemnse y sus feligreses cuando los actos del SEU eran reventados a navajazos por la extrema izquierda?

Yo sé de uno que perdió la visión en un ojo en una de esas, por ejemplo. Y de otro al que le clavaron un cuchillo en una mano.

Y nadie dijo ni pum...

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