sábado, 25 de septiembre de 2010

Cortinas de humo buenistas (VI): "Es más lo que nos une..."

"...que lo que nos separa".


¿O no?.

El ser vivo (que no humano) de la foto es un bonobo. El bonobo es un primate que vive en una extensión relativamente reducida de selva en esa tierra sin ley conocida hoy en día como Zaire (y como "Congo belga" cuando imperaba algo de ley en ella). Es pariente próximo del chimpancé.

El bonobo tiene en común, con el homo sapiens (ser vivo que se convierte, como todos saben, en humano, cuando su madre así lo decide), un 99´8% de su genoma. El ejemplar de la foto, como habrán podido deducir los sagaces y sagazas lectores y lectoras de esta bitácora y bitácoro, no es un miembro, sino una miembra de su especie.

Que el bonobo sea el primate que más genes comparte con el ser humano (algo que se traduce, no sólo en el -reconozcámoslo- estremecedor parecido en la fisonomía de sus rasgos faciales, sino también, al parecer, en su comportamiento) ha servido de argumento a libros y libracos ("zrilers", creo que se llaman) en los que científicos atrevidos acaban, invariablemente, siendo víctimas de los resultados de su afán por añadir (aún más) genoma humano al de los bonobos que tienen enjaulados en su laboratorio (nada como el mito de Prometeo para una historia pretendidamente atrevida, a la par que moralizante).

De hecho, es legendaria la puntería de los bonobos lanzando objetos con esas manazas (más grandes aún, como se puede comprobar, que las de don Manuel Fernández Chica -más conocido bajo el nombre de "Bibí Andersen"). Más de un oenegero, aspirante a imitador de Dian Fossey, ha caído fulminado (con funestas e irreversibles consecuencias), al parecer, descalabrado por una certera pedrada (ellos no se andan con contemplaciones con los progres, como se puede ver) arrojada desde la lejanía por uno de estos primates.

Incluso, se afirma, alguno habría podido aprender a leer algunas palabras. Aunque resulta poco probable, no puede uno dejar de temblar ante la lejana, pero letal, posibilidad, de que cayesen, en manos de un bonobo, las obras completas de don Sabino Arana. Quién sabe lo que podrían llegar a hacer, inspirados por el pensamiento (¡ejem!) del insigne bizkaitarra, estos cuadrúmanos, al enterarse de que ser relativamente pocos (unas pocas decenas de miles, en el caso de los bonobos), ocupar una extensión de terreno relativamente pequeña y presentar unos rasgos faciales fácilmente distinguibles del resto de sus congéneres, son argumentos sobrados e irrebatibles que sirven para reclamar deudas históricas, derechos históricos y cualquier cosa, siempre y cuando se acompañe del apellido "históric@" (es decir, a pedir dinero en cantidades cada vez mayores).

Si ustedes oyen, en las noticias, que los bonobos empiezan a mirar por encima del hombro a los chimpancés comunes y corrientes (quienes, además, son más bajitos y quizás tengan un Rh distinto) y empiezan a escuchar palabras como Bonoberría o bonobaldunes (nivel C imprescindible para acceder a las bananeras más deseadas), den por seguro que semejante e infausta posibilidad monoliteraria se ha hecho, finalmente, realidad.

También aseguran algunos que los bonobos son capaces de aprender y repetir palabras (y hasta frases relativamente sencillas que recitan de memoria). Algo que, con un micrófono y una mesa delante (y un tablón con emblemas de anunciantes detrás) les convertiría en capaces de dar conferencias de prensa muy similares a las de muchos futbolistas (se puede uno imaginar las frases que pronunciaría la que aparece en la foto: "La selva ecuatorial es así", "En la selva no hay enemigo pequeño", " Yo lo que quiero es estar a tope y darlo todo para que el macho alfa siga contando conmigo", y otras similares). Lo de jugar al fútbol, de todas formas, mejor olvidarlo, puesto que, como es fácilmente observable, para un bonobo es imposible no tocar el balón con la mano (aunque, pensándolo mejor, eso no tendría, a la hora de la verdad, la menor importancia, habida cuenta cómo aplican el reglamento del balompié la mayoría de los árbitros).

Incluso hay una teoría (aunque muy conspiranoica, todo hay que decirlo) que sostiene que la nariz de los bonobos ha servido de inspiración para las rinoplastias realizadas por la gran mayoría de los cirujanos plásticos del orbe. Una teoría que no deja de tener su lógica innegable si se observan los rostros de algunas presentadoras de televisión, o los de las mamás de Borjamari (la señora baronesa) y de Genovevo (la señora duquesa).

De todas maneras, el autor de esta bitácora da más crédito a otra teoría alternativa: la de que el prototipo imitado en tantas cirugías plásticas de apéndice nasal no sería la nariz del bonobo, sino más bien el hocico del pequeño, a la par que irascible, perro pequinés.

El caso es que, aun pudiendo ser mucho más (en cantidad) lo que nos una a los bonobos que lo que nos distinga de ellos, no deja de ser cierto que todas estas semejanzas carecen de la más mínima relevancia comparados con la vital importancia de lo poco (las cualidades) que nos diferencia de estos estilizados cuadrúmanos.

Porque la frase enlatada y de diseño que da título a esta entrada (frase que puede ser aprendida -no sé si por imitación del líder o por enseñanza expresa a tal efecto- en seminarios y cursos que son de todo menos gratuitos) es producto de uno de los grandes defectos del pensamiento modernista: la cantidad por encima de todo (no recuerdo bien, por cierto, si fue Pío XII el Papa que dijo sentirse enormemente preocupado por la obsesión de las sociedades europeas por la fuerza de los números).

Fue San Agustín el que sintetizó, en una conocida sentencia ("In necessariis, unitas; in dubiis, libertas"), lo erróneo de esta forma de pensar, asegurando que lo importante es coincidir, no en lo accesorio (que suele ser mucho), sino en lo fundamental (que suele ser poco, pero sobradamente suficiente).

El engaño, lógicamente, reside en hacer creer que lo mucho accesorio es, en realidad, lo que debe ser tenido en cuenta (no por ser accesorio, sino por ser mucho), sustituyendo así calidad por cantidad, y haciendo una especie de tabula rasa con todos los aspectos del asunto que se trate, que pasando a tener la misma importancia, dejan al número como único baremo a la hora de evaluar coincidencias y discrepancias.

Porque, si realmente lo importante es que sea más lo que nos une que lo que nos separa, a los bonobos (por ejemplo) también se les animaría a secundar manifestaciones, concentraciones, campañas y movilizaciones en general. Quizás no se hace por ser pocos (aunque eso, pensándolo bien, da lo mismo, teniendo en cuenta que 50.000 manifestantes cuentan como dos millones), y por la documentada y contumaz resistencia de los bonobos a ingresar donativos mensuales en una cuenta corriente y a poseer bienes que luego puedan ser legados en herencia (sí, ya lo sé: más triste es de robar, pero es que empieza uno a tener problemas a la hora de ver la diferencia entre unas cosas y otras). Y añádase a estas importantísimos inconvenientes esa pelambrera que, seguramente, hace a los bonobos inservibles como portadores (y, por ende, compradores) de pegatinas y demás merchandising.

Porque, si realmente lo importante, a la hora de evaluar los parecidos, es la cantidad y no la calidad, esta foto de la señora Bonoba ( si hasta suena a apellido de tenista rusa o checoslovaca, oye...) no saldría (de haber salido, que lo ignoro) en el Nature, sino en el Hola, o el Diez Minutos (y, con un 99´8% de genoma en común con los seres humanos, pensarán -imagino- los miembros de su especie que "si no es señora, sino señorita, será porque ella quiere").

No quiero acabar esta parrafada sin sugerir (y renunciando por anticipado a los derechos de autor) una idea a los publicitarios que idearon una notoria campaña de publicidad de una marca cervecera, con motivo del día de Nuestra Señora de la Merced: Utilicen la foto de esta entrada para el antes, y esta otra para el después en una anuncio de cera depilatoria. Saben de sobra que el éxito de ventas está garantizado. Pero como conozco de sobra su escala de valores (en la que, sin duda, la economía debe serlo todo), sé perfectamente que no aceptarán mi sugerencia, por buena que les parezca, pues su miedo a las autoridad terrena es muy superior -como se ha podido comprobar- al de la Autoridad Celestial.

Luego no se quejen si, llegado el momento, les invade una extraña e incómoda sensación de que son cabras cuando les gustaría ser ovejas. Es lo que tiene meterse con la familia de gente realmente influyente.

6 comentarios:

Ignacio dijo...

¿ves como no eenteras?

esa presentadora tiene toda la cara de Michael Jackson, pero es que es igual.

Museros dijo...

Todos los que pasan por el cirujano plástico acaban teniendo la misma cara.

El parecido es directamente proporcional al número de operaciones que se hacen. Cuanto más se operan, más se parecen.

Mira Alicia Sánchez-Colágeno...La misma cara que cualquier actriz de cine para adultos.

Orisson dijo...

Desde luego, Museros, ves una pelis que ya, ya... Y encima sin invitar.

Un saludo

Orisson dijo...

Por cierto, Museros, un matiz: cuando en el Congo, que ahora se llama República Democrática del Congo, antes se llamaba Zaire y antes Congo Belga, estaban los belgas digamos que lo que menos había era orden. O mejor dicho, lo que ni siquiera existía era justicia. Resumiendo, los amigos belgas no fueron sino unos hijos de gran puta en el Congo. Y de esos polvos estos lodos, no te quepa duda.

Un saludo

Anónimo dijo...

Nathan b Forrest

Desconocía que los bonobos no tienen patrimonio ¿será por eso que no hay bonobos en HO?

Museros dijo...

Gracias por recordármelo, Orisson, que algunas cosas había leído sobre ese tema que eran para echarse a temblar. Corregido queda.

Nathan b Forrest:

Nada debe descartarse cuando de asociaciones tan abiertas a todos (excepto a los antiabortistas, naturalmente) se trata.

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