Casandra era hija de Príamo, rey de Troya. Era sacerdotisa del dios Apolo con el que, según la leyenda, acordó tener encuentro carnal a cambio del don de la adivinación. Apolo, como le suele pasar a algunos elementos del género masculino en estos trances, cumplió primero su parte del trato; Casandra, una vez recibido su don, se negó a cumplir su parte del trato. Como venganza, Apolo no le retiró el don concedido (predecir el futuro), sino que, escupiéndole en la boca, la condenó a algo mucho peor: a no ser creída nunca por aquéllos que la escuchasen.
Según la leyenda, Casandra predijo infructuosamente la caída de Troya (una ciudad cuyos muros nunca habían sido franqueados) a su familia y a todo el que se le ponía por delante. Los troyanos, llenos de orgullo y satisfacción por la ciudad fortificada que se habían dado a sí mismos, acabaron tomándola por loca, especialmente cuando los ataques de los griegos se estrellaban una y otra vez contra aquellas murallas que ningún ejército había conseguido sobrepasar hasta entonces.

Sin embargo, de la noche a la mañana, Troya pasó a ser plaza inexpugnable a ciudad conquistada y saqueada. Cuenta la leyenda que Casandra fue violada y asesinada por Ayante, quien la arrastró sin contemplaciones mientras ella se agarraba a la estatua de la diosa Atenea tras la que había intentado esconderse. Ayante, de vuelta a la Hélade, pereció ahogado en una tormenta provocada por Poseidón, por encargo de Zeus, padre de Atenea, que decidió ajustarle las cuentas al asesino de Casandra por profanar la imagen de su hija, la diosa del búho en el hombro.
Y es que los mitos griegos acaban como las tragedias de Shakespeare: no queda vivo ni el apuntador, debido a la costumbre de los protagonistas de desoír los buenos consejos, ya sea de los progenitores, de los sabios o, como en el caso de todas las Troyas habidas y por haber, por no querer escuchar a los que nos dicen lo que no nos apetece oír.
La sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, obligando a retirar toda simbología religiosa en aras de un supuesto derecho (de unos pocos) a no sentirse ofendido, ha sido acogida por muchos llevándose las manos a la cabeza y simulando sorpresa ("¡Anda, pero si resulta que la UE es una entidad anticristiana y de tendencias totalitarias!", "¡Anda, pero si resulta que la democracia cristiana no quiere saber nada y votarla fue perder el tiempo!").
Incluso el Vaticano, cuya estrategia de ayudar a tirar del carro de organizaciones políticas anticristianas supranacionales -se supone que intentando llevar el carro al camino de donde nunca debió salir- ha quedado nuevamente en evidencia, muestra su "estupor y pesar" (afirmación difícilmente creíble en cuanto a lo de "estupor" se refiere).
Los españolitos de a pie, cuya credulidad ante la propaganda incesante que ha mostrado a la Unión Europea como la solución a todos nuestros problemas (problemas que, en su gran mayoría, no existían cuando España no formaba parte de la UE, detalle éste que pasa desapercibido para casi todo el mundo) no conoce límites (ya lo demostraron votando en masa a favor de una constitución europea que no quiso ningún otro país), se preguntan ahora qué ha podido pasar.
Los
demócratas de toda la vida tienen una dinámica de pensamiento que, por repetitiva, no deja de llamar la atención:
1- Caen una y otra vez en el optimismo irracional, víctimas de su creencia ciega en soluciones de eficacia no contrastada para problemas que nunca existían antes de aplicarse la
solución (primero fue la sacrosanta democracia, luego la sacrosanta UE).
2- Insultan y marginan a los que, mostrando los hechos como incuestionable evidencia, les avisan de lo injustificado de dicho optimismo y de lo erróneo de unas
soluciones que, no sólamente no han resuelto nada, sino que han traído problemas antes inexistentes (desempleo, vivienda por las nubes, adoctrinamiento en lugar de educación, aborto, etc.).
3- Con el paso del tiempo, los
demócratas de toda la vida insisten en aplicar como solución la causa del problema, haciendo gala de una fe ciega en que, si se echa suficiente gasolina, ésta acabará apagando el fuego por arte de magia (porque así lo asegura la teoría que
nosotros nos hemos dado a nosotros mismos).
4- Al final, y como al protagonista del poema de Martin Niemöller (erróneamente atribuido a Bertold Brecht), la democracia y la UE, que primero fueron a por los no-nacidos, luego a por los agricultores y ganaderos, luego a por los pescadores, y luego a por los pequeños y medianos empresarios, acaban yendo a por el
demócrata de toda la vida quien, incrédulo, pone la misma cara que un habitante de Pompeya al ver saltar en pedazos el cráter del Vesubio.
5- Para rematarlo, el
demócrata de toda la vida, tras sesudos razonamientos, y mientras frunce el ceño como si realizase un esfuerzo intelectual sin parangón, llega a las mismas conclusiones a las que llegaron aquéllos a los que vituperó e insultó durante décadas, tachándolos de "profetas del desastre" y de "catastrofistas", eso sí,
presentándolas como si se le acabasen de ocurrir a él.Así que, si quiere saber qué dirán los
demócratas de toda la vida dentro de nada (porque los acontecimientos se están desarrollando a tal velocidad que el lapso entre los pasos 1 y 5 ya no es de años, sino de pocas semanas, y me remito a la manifestación del 17-O como penúltimo ejemplo), como si lo acabasen de descubrir ellos, preste atención a lo que dicen hoy los
extremistas y los
puristas.Y no quiero acabar sin un par de reflexiones sobre la sentencia ésta en concreto:
1- Estamos en manos (
porque nosotros hemos querido) de unos tramposos sin escrúpulos que, para imponernos sus deseos, aluden a la sagrada voluntad de la mayoría (si coincide con la suya, claro) cuando les viene bien y, cuando no, ignoran la voluntad de la mayoría con la excusa del "respeto a las minorías".
2- Para imponernos (muy democráticamente) su voluntad, emiten sentencias basadas en los sentimientos, no en los derechos. Nadie tiene "derecho a no sentirse ofendido", puesto que sentirse ofendido o no por algo, no depende de que se cumplan o no las leyes, sino de los gustos de cada uno. Leyes y sentencias judiciales basadas en el supuesto derecho de unos a no sentirse ofendidos, convierten a los demás en esclavos, puesto que lo que puedan hacer o no estos últimos, dependerá exclusivamente de la voluntad de los primeros.

3-
La reacción de "los cristianos del PP" ha sido, una vez más, convertirse en la cofradía del silencio. Su partido, por otra parte, asegura que acata la sentencia y que, a otra cosa, mariposa. Disfruten de lo votado y de los principios y valores de don Jaime Mayor Oreja que, ni está, ni se le espera (hasta la misa de las familias en Colón, claro). De hecho,
Berlusconi está defendiendo los símbolos religiosos con más ahínco que los "cristianos del PP". Con eso está dicho todo.
4-
El gran error que supone la defensa del crucifijo en nombre de "la cultura", lo cual no es sino un paso atrás, como bien dice José Antonio Ullate.
Como algunos pocos avisaron antes de las elecciones europeas de Junio (en las que los ahora sorprendidos y escandalizados por la sentencia votaron en masa a los que la acatan sin discusión), avanzamos paso a paso hacia un régimen totalitario (con urnas, eso sí, para anestesiar las conciencias de los que insisten en verlo todo color de rosa, hasta cuando tienen la cabeza metida en el cepo con la guillotina a punto de caer sobre sus cabezas) paneuropeo. Y, como en política las casualidades no existen,
el siguiente paso de esta coreografía perfectamente ejecutada y sincronizada será la aprobación en España (con la sentencia del Tribunal de Estrasburgo como aval) de la "ley
de libertad religiosa" para prohibir la exhibición pública de símbolos religiosos.
PS: ¿Será Casandra escuchada algún día por los que ahora fingen sorpresa? ¿Creerán todavía que Troya no puede ser saqueada de la noche a la mañana? ¿Se sentirán los nuevos Ayantes tan invulnerables y triunfadores como su antecesor cuando arrastró por el suelo las imágenes de los dioses? ¿Correrán el mismo destino?.
PS2: ¿Cómo era la frasecita de marras? ¡Ah, sí!: "No hay que imponer, sino convencer", y "lo que importa es cambiar los corazones, no las leyes". Entramos al ring con las manos atadas a la espalda y luego nos extrañamos de que nos den hasta en el carnet de identidad.